
Heme dispuesto en el lugar, mesa en la terraza y habiendo llegado de manera anticipada a una cita de las 5:30 pero armado con música portátil y la generosidad de la elocuente e imaginativa voz de Italo Calvino y sus relatos areniscos.
Mi vestimenta relajada y llanamente sencilla contrasta con el atavío de la mayoría, trajes oscuros de reconocidas marcas, calzado mínimamente de piel de venado y peinados que parecen extraídos de una edición mensual versada en alto estilismo. Lunar soy y en lunar me convierto, más aún cuando dada la hora y día la semana he decidido cambiar las blackberrys que el 90% utilizan por un artefacto de 215 hojas de celulosa y que pesa 3 veces lo que esos dispositivos, impracticidad a vista de cualquiera.
Intento entonces sumergirme en la lectura que recién me ha atrapado, en las dóciles letras de Calvino y en su recorrido por una exposición Parisina en la que relata la imaginería que Europa construyó de América a partir del primer contacto de Colón. Finamente descriptivo y sin perder un ápice, las páginas discrurren como abierta invitación a sumergirme sin escuchar nada del mundo exterior. Sin embargo a los pocos minutos, y ante mi acostumbrada queja del mal diseño humano al no poder cerrar los oídos, comencé a escuchar algo que se asemejaba al fuego cruzado y que giraba alrededor de calumnias relacionadas con los negocios.
Los minutos se esfumaron con el libro en mis manos pero y mi mirada absorta en los nubarrones; las múltiples conversaciones llegaban a mi. Vituperancia y arrogancia mercantilista, descarnada y vil escuché repetidamente. Juicios de valor de alta calumnia y destrozos sobre la otredad y la moral fue el continuo aleteo del sonido en ese tiempo que ni siquiera supe cuanto fue. Los nubarrones avanzaron, mi mirada hubo de fijarse en otro punto mientras reflexionaba lo que estaba presenciando. Miré de nuevo el pasar de la gente, la mayoría realizando llamadas telefónicas y especulé si no alguna de esas personas estaría siendo víctima del contubernio que a centímetros de mi sucedía.
El hastío se apoderó de mi ante la maquinaria que avanzaba a todo lo que da, lo futil y deteriorado del carácter utilitarista permeó a los presentes. Decidí entonces saltar del barco y hundir mis pensamientos en el texto de este italiano al que muchos califican de pasado de moda y sentimental, pero personalmente sigue alimentando mi defensa imaginaria como si se tratase de una escafandra ante este mundo que no cesa y repara en silencio.
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Apéndice: camino a casa, mi caja de música oportunamente programa esta canción para mi:
¿Qué te digo, Adriano? Me senté en "ese" café por 8 meses y todavía sigo purgándome esa sensación del cuerpo; ni hablar, lunares somos. Me gustó mucho tu texto, ¡no dejes de escribir!
ResponderEliminarps. qué bien acompaña morphine con esos nubarrones.