
Lunes por la mañana me encontraba en el Aeropuerto soñando con la idea de tomar un avión a cualquier destino... pronto me encontraba embarcándome en una salida furtiva en mi cama por sólo un instante... tiempo después estaba durmiendo placidamente y terminando de cocinar una espera de 12 años...
Horas más tarde la procesión hasta el Foro Sol fue una suerte de exorcismo para reincorporarme a la realidad: pronto estaría viendo aquella banda de la que recuerdo con precisión haber vivido la experiencia de comenzar a escuchar Airbag y detonar mi imaginación con un disco mágico que inició un peculiar romance.
Despojando a Radiohead de su status quo varias visitado y revisitado, me encontré frente a una banda desnuda en su más enigmática naturaleza llena de apasionantes contradicciones.
15 Step tomó por asalto el inicio de una aventura de casi 2 horas y 23.5 canciones, 23.5 intenciones disfrazadas de nocturnos matizados por una banda que sorprende por igual al acercarse al fraseo de una canción mínima como Nude o al frenesí catártico de Idiotheque.
Sin duda mucha de su magia consiste en la profundidad y precisión de su sonido en vivo, del especial cuidado por lograr una atmósfera perfecta embalsamada con la vena de Yorke y Greenwood en especial.
Radiohead apuesta en todo momento por una experiencia sonora y visual hilvanada a través de contrastes emotivos y sensoriales. El trasfondo del escenario no es más un pretexto anecdótico y mediático, sino que constituye un potente discurso por si mismo: elegante, misterioso, ambivalente y en perfecta sintonía con la eterna búsqueda de un lenguaje propio y totalmente contemporáneo.
En su música existe siempre una dicotomía de un hermetismo melancólico a la par de una belleza que se extiende a cualquiera que se deje llevar de la mano a parajes conocidos, alienados, sutiles y hasta existenciales. Presenciarlos con la piel, con las pulsaciones de su música, con la cabeza en otro lugar, en ese mismo y en todos a la vez ha sido una de las experiencias más coloridas que he sentido, una oda a lo portentoso, a lo discreto y a la flema de una vida que en momentos discurre sin mayores sobresaltos pero en la que también existen estos pequeños goces que me acompañarán hasta el final.
Adrián. Me gusta la manera en que abordas la experiencia del concierto desde tu particular sensibilidad. Resulta muy poética.
ResponderEliminarTe invito a leer mi reseña desde el blog con el que firmo.
Un gran abrazo!
Angélica